La poesía es también la soledad, esa soledad que sentimos cuando delante de nuestros ojos se convierte en un vasto universo sin estrellas. Todo, a nuestro alrededor, la memoria, desaparece, y solo pequeños destellos luminosos, grabados en la palabra y el verso, nos recuerdan que existe algo más fuera de nuestra precaria existencia. La poesía es rellenar el vacío en el hoy de nuestras vidas en un espacio temporal inexistente, el ayer no existe y el mañana aún no ha llegado; puede ser amor y desamor, dolor sin sufrimiento, porque el sufrimiento tampoco existe, sólo es el recuerdo de ese dolor que en su momento hemos sentido o, quizás, sentiremos. La poesía es el diseño del silencio dando voz al poeta marcado por su destino. Sólo él sabe extraer de la realidad algo distinto de lo que es, pero la conoce lo suficiente para saber que lo que importa es la transmutación de esa realidad en valores a través de la palabra, el verso, que esperan entrar en un mundo irreal de ideales y sentimientos. La soledad siente el tiempo de la ausencia, del recuerdo que deja marcado el olvido cuando quiere regresar de la memoria. El poeta, como la paloma mensajera, lleva en su pluma un mensaje que otros han de descifrar para extraer su sentido. Tan sólo él tiene un personaje: el mismo, porque es, con su soledad y su silencio, el centro de su universo.
